Día 530, miércoles
Era una mañana normal en el gimnasio. Estaba corriendo en la faja caminadora cuando vi un Nextel plateado. Estaba justo en el lugar donde se supone que la gente deja las botellas con agua mientras uno corre y donde a veces dejo mis llaves. Pronto convine que, si nadie reclamaba el Nextel, podría ser la solución perfecta para algunos problemas económicos. Suelo correr media hora, así que me dije a mí mismo que si nadie venía por él, terminado el ejercicio podría llevármelo. No me imaginaba que el aparato podría ser del grupo de chicos que matan el tiempo haciendo pesas en la parte del fondo. Al contrario, yo pensaba, maravillado, que el Nextel podría ser de alguna de ésas viejas ridículas que son tan chillonas y que paran todas juntas conversando en el gimnasio. Sobra decir que aquellas mujeres operadas me causan repulsión y que tomar el Nextel olvidado de una de ellas me parecía en ese momento una suerte de ajusticiamiento. No suelo ser un tipo honrado, pero tampoco me tengo como un vil ratero. Simplemente en ése instante aquel Nextel plateado era un regalo de los dioses. Lo tomé y me lo guardé. Terminado el ejercicio, acudí al sauna y me quedé retozando unos cuantos minutos. De pronto el instructor del gimnasio, un tipo más bien gordo y de mal aspecto (no es que tenga mal aspecto, simplemente es desagradable) llevaba el aparato en la mano y me gritaba. No supe cómo responder. Me habían cogido. ¿De quién era el celular? De uno de los chicos de las pesas. Caray, qué mala suerte, pensé. El tipo me insultaba y me decía que era un hijo de puta. No se me ocurrió otra cosa más que pedir disculpas. Al salir de ahí, me acerqué donde los chicos a pedirles disculpas también. Nadie me recibió con buena cara. Me insultaban, decían que era un hijo de puta (claro que soy un hijo de puta, ¿quién no lo es?) y que me fuera. Me decían que no vuelva. Fui donde el instructor y le pedí disculpas por haberle gritado gordo cabrón (es cierto que en un momento me exasperé y lo insulté también). No aceptó mis disculpas. Me dijo que me fuera y que no volviera más. Así que no me quedó otra más que irme, triste, diciéndome a mí mismo que tengo que empezar a ser un chico más honrado.
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